La noche en que Donald Trump anunció aranceles a180 países, la credibilidad estadounidense comenzó aretroceder décadas. El gobierno de Estados Unidos está destruyendo el sistema comercial que ayudó a disefñartras la Segunda Guerra Mundial, socavando su activo más valioso en el tablero global: la confianza. Existe una ironía en este giro proteccionista. El país que pregonó durante generaciones las virtudes del libre mercado ahora levanta barreras que contradicen su propio evangelio económico. Lo verdaderamente revelador es que estas medidas, disefñadas para proteger sectores específicos de la economía estadounidense, podrían estar destruyendo algo más valioso que los déficits comerciales: la capacidad de Estados Unidos para convocar aliados, negociar acuerdos y establecer estándares globales, lo que ha dependido no solo de su poderío económico, sino de la confiabilidad de sus compromisos.
Por su parte, China aprovecha este momento para proyectarse como socio comercial estable. Su estrategia incluye ampliar acuerdos con países en desarrollo y aumentar su inversión internacional mediante programas como su iniciativa de infraestructura global, que financia puertos, ferrocarriles y carreteras en diversos países. Esta postura calculada presenta su propia contradicción: China crítica el proteccionismo occidental mientras mantiene importantes restricciones a empresas
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